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La decisión.


Siguiendo nuestro segmento de #Microhistorias que hemos inaugurado para Espacio Mujer te vengo a dejar una que tiene que ver con algo que lamentablemente se transformó en mi país en una realidad cotidiana, la del éxodo de los argentinos al mundo, y esta es precisamente la historia y “la decisión” de una amiga, la de Rocío Goldin y su familia.

A Rocío la conocí en Rosario, Argentina, participando de un curso, cuando mi hija Selene tenía dos años, y allí conectamos, creo que en cierto modo el universo nos pone frente a personas con las que nos sentimos afines y se asimilan mucho a uno mismo. Cuando nace Iván mi segundo hijo y por cuestiones de un parto complicado fue ella quien estuvo para ayudar a mi esposo y quien cuidó a mi pequeño recién nacido. Nos mantuvimos en contacto un tiempo pero luego nos perdimos en el camino, incluso siempre sentí el haberme alejado y no haber conocido a sus hermosos hijos, porque te cuento, en las épocas en que participábamos del curso casarse y formar una familia era el sueño más grande de Rocío.

Sin más vamos a lo lindo, acá te dejo su relato.

Mis hijos. Aquello que más amo en el mundo. Los siento casi como una prolongación de mí misma. Haría y hago todo por ellos. Quizás es egoísta, pero por ellos tomamos la decisión de emigrar. Sí, también por nosotros, pero lo que más tuvo peso en el asunto, fue su educación y su calidad de vida. Y es que el aspecto económico es una pequeña razón, pero nuestra mayor motivación fue esa, la calidad de vida. Como padres, tomamos la dura decisión de dejarlo todo para irnos del país, la casa propia, los trabajos independientes que teníamos, la familia… y nuestros hijos tuvieron su desarraigo también, de sus cosas, sus espacios, sus amiguitos, su jardín de infantes, sus maestros.


Cuando se toma la decisión, solo queda trabajar en ello para concretarla. Lo doloroso, en nuestro caso, apareció semanas antes de viajar. Contemplar cómo la casa se iba vaciando, tomar conciencia de que cada encuentro y reunión que teníamos sería la última antes del viaje.

La despedida con la familia fue terrible y angustiante. Para los chicos fue una despedida normal, un “hasta mañana”, “hasta el próximo domingo”. No sé si hice lo correcto, pero me pareció mejor crear esa ilusión de normalidad.

Como padres, tenemos muchísimas responsabilidades que traspasan los límites de los pañales y la comida del bebé. Como toda madre, me siento 100% responsable por el bienestar de mis hijos en todos los sentidos, hoy y mañana.


Mi nena de 5 años no sabía lo que era tener una bicicleta porque era inseguro usarla en la calle. Con 4 y 2 años, presenciaron una balacera con una persona fallecida. ¿Cómo se les explica esa situación? o escuchar personas llorando a los gritos porque les habían arrebatado sus pertenencias. Todas situaciones que no deben ser corrientes. Vivíamos encerrados en una burbuja que, quizás hasta la adolescencia, nos podría haber servido. Pero, ¿después? Normalizamos muchas cosas que no deberíamos.

Por un lado, mi esposo y yo veíamos el nivel educativo caer estrepitosamente, y por el otro, el mercado que exige personas altamente capacitadas. Fue así que caímos en la cuenta de que nos iba a resultar muy difícil darles esa educación a nuestros hijos si nos quedábamos en Argentina.


Hicimos lo que teníamos que hacer.


Tuvimos que dar vueltas y librar varias batallas. Sobre todo, a nivel burocrático.
Volamos de Buenos Aires a Roma, hicimos 3 días de turismo y luego nos instalamos en Calvello, un pueblito de 1900 habitantes en la región de Basilicata.

Allí estuvimos tramitando la ciudadanía italiana, 5 meses conociendo costumbres distintas y muchas personas nuevas. Luchamos contra viento y marea para obtener la ciudadanía y lo logramos.


Contra todo pronóstico, conseguimos trabajos en negro en la espera. No es lo habitual, pero creo que, en cierta forma, tenemos un ángel que nos tiende la mano cuando las cosas se ponen intensas.


Italia nos enamoró desde la calidez de la gente (cuando ya te conocen y empiezan a confiar), pasando por sus paisajes de ensueño, sus callecitas estrechas, sus casas abandonadas en el tiempo, sus miles de pueblitos tendidos en las cimas de las montañas, y sus ingenuas, pero extremadamente respetables y admirables procesiones religiosas.


La pasta del Pietrapana, la pizza con tartufo del Arcobaleno, lo stuzzichino de Salvatore, el aperol spritz del American Bar, y podría seguir por horas.

Sin embargo, buscábamos algo más cosmopolita, más moderno y hasta diría, más tecnológico para que los chicos crezcan.


Fue así que, hablando con amigos, decidimos mudarnos a Sant Cugat del Vallés en España. Semanas antes de las fiestas de fin de año 2022, volamos a Barcelona y nos instalamos donde hoy residimos.


La ciudad con alma de pueblo.


Tal y como lo enuncia el título, Sant Cugat es una ciudad con alma de pueblo. Es tranquila, pintoresca, pero lo tiene todo.


Sin embargo, lo que más nos gusta es que todo está pensado y preparado para los mas pequeños.


Los parques, las atracciones, las veredas amplias, las sendas para las bicicletas y los monopatines. Siempre hay actividades, siempre hay alguna celebración.


Lo primero que hicimos fue inscribir a los chicos en la escuela.

Cada uno de ellos entró en el curso que le correspondía por su edad. La lengua oficial es el catalán, puesto que estamos dentro de la provincia de Barcelona. Pero las maestras hablan castellano e inglés también.


Sara tuvo un comienzo extraño. Una mezcla de emoción y felicidad por sus nuevos compañeros y la responsabilidad de empezar el colegio, con la angustia que genera el choque cultural. Y es que, claro, para nosotros es normal ayudarle a un niño de 5 años a sonarse la nariz, o a ponerse las zapatillas.

Aquí los niños son educados independientes prácticamente desde que comienzan a dar sus primeros pasos. Sara veía a sus compañeros hacer cosas por si solos y ella se frustraba.

Ni hablar del nivel de lectoescritura. Vale aclarar que le costó poco menos de un mes para ponerse a tono en todo sentido y ser “una más”.


Lorenzo por su parte, fue un poco más complejo. Su adaptación fue muy larga, pero su maestra lo ayudó y logró superarlo todo. Incluso en este momento nos encontramos trabajando en conjunto con las educadoras para facilitarle herramientas respecto al reconocimiento y control de las emociones.

Verdaderamente hemos estado haciendo un trabajo en equipo. El resultado es que Lorenzo es un nene tímido, pero que ahora se permite disfrutar, jugar y explorar.


Hablando en las tutorías con las maestras, nos explicaban la importancia que tiene la independencia de los más chicos para la sociedad que ellos quieren construir. Realmente, no lo había visto de esa manera antes, pero es simplemente maravilloso.

El niño tiene una necesidad y si nosotros estamos constantemente cubriéndola, él nunca tiene la posibilidad de aprender a hacerlo por sí mismo. Aprender a valerse por sí mismo. Cuando ve que puede hacerlo sin ayuda, su autoestima crece.

Sabe que puede, y si puede con eso, puede con otras cosas también.

“Nosotros queremos una sociedad con una autoestima fuerte, que nos permita salir a flote ante cualquier adversidad. Y estos pequeñines, son nuestra sociedad del futuro”.


El próximo ciclo lectivo aquí en España, comienza en septiembre. Ya en salita de 4 y en 1er grado ambos podrán tomar clases de robótica.

Sí, me veo muy cerca del objetivo inicial. Que ellos se capaciten y estén preparados para el futuro de la humanidad…

Otra #microhistoria de nuestro blog que te invitamos a leer Los hombres que no saben amar

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